Basura tecnológica

Sep-Oct, 2013  |  Sustentabilidad

La nueva mina de oro

Estudios realizados en la Unión Europea reportan que en promedio, los productos eléctrico-electrónicos poseen 3% de elementos potencialmente tóxicos, 25% de componentes reutilizables y 72% de materiales reciclables (plásticos y metales).

En cuanto a la normatividad que rige el reciclaje y/o manejo de desechos electrónicos a nivel mundial está el Convenio de Basilea, al que México se unió en febrero de 1991 y cuyo objetivo es reducir al mínimo la generación de desechos peligrosos así como su movimiento transfronterizo, permitiendo asegurar su manejo ambientalmente responsable al promover la cooperación internacional y crear mecanismos de coordinación y seguimiento.

Este convenio establece que los residuos y artículos peligrosos, incluidos los electrónicos, no pueden exportarse a países en vías de desarrollo debido a que no cuentan con la infraestructura requerida ni la tecnología necesaria para llevar a cabo el tratamiento de los desechos de una manera amigable con el medio ambiente, de esa manera, protegerlos de la inundación de desechos tecnológicos provenientes de naciones más desarrolladas.



A nivel nacional, la Ley General para la Prevención y Gestión Integral de los Residuos en su artículo 9°, establece que la recolección, acopio, almacenamiento, transporte, tratamiento y disposición final de la basura electrónica es responsabilidad de las entidades federativas, y al respecto, han propuesto la creación de una nueva categoría en la separación de basura: los botes azules se destinarían a contener la basura electrónica, además, los camiones de basura pasarían una vez por semana a recoger, exclusivamente, los aparatos electrónicos almacenados en los hogares.

Lamentablemente, a la fecha, la disposición final de los desechos electrónicos en México es muy similar a la de otros, solo que se rige tanto por los sistemas de recolección de residuos sólidos urbanos como por los recolectores-comercializadores.

Los primeros se conforman por grupos bien establecidos en ciudades y municipios del país, como la Secretaría del Medio Ambiente (SMA) con el programa “Manejo responsable de pilas y celulares usados”, donde lo recopilado se exporta a naciones que cuentan con la tecnología para recuperar metales provenientes de los teléfonos celulares.

El segundo está constituido por “acopiadores”, quienes mediante compra-venta ofrecen alternativas para la disposición final de los desechos electrónicos.

Debido al Convenio de Basilea, hasta el momento a nivel nacional no hay plantas que reciclen los metales procedentes de celulares, aunque existen empresas que se encargan de desmantelar los dispositivos electrónicos para reincorporar ciertos componentes a las cadenas productivas.

La adopción de dicho convenio representa un arma de doble filo, pues si bien protege a países en vías de desarrollo de los residuos de naciones más desarrolladas, también impide que se beneficien de la recuperación de los metales preciosos contenidos en ellos.

En la actualidad, el potencial de desarrollo del reciclaje de metales preciosos es muy alto, ya que al ser metales nobles poseen la capacidad de reciclarse de manera infinita.

El suministro anual de oro mundial en los últimos diez años se incrementó un 15%, mientras que su precio por onza subió un 400% ($300 dólares a más de $1,500 dólares), razón por la que Alexis Vandendaelen de la empresa belga Umicore Precious Metals Refining, propone que los desechos tecnológicos se vean como una oportunidad y que se reemplace el concepto “gestión de residuos” por el de “gestión de recursos”.

Se calcula que en la fabricación anual a nivel mundial de dispositivos eléctrico-electrónicos, se utilizan 320 toneladas de oro y más de 7500 de plata, lo que representa un crecimiento de 21 millones de dólares en el valor total de metales contenidos en desechos tecnológicos, mismos que pueden recuperarse casi en su totalidad mediante técnicas adecuadas de “minería urbana”. La realidad en nuestros días es que la recuperación de estos materiales no alcanza ni el 15%.

La recuperación de metales preciosos desde los desechos tecnológicos requiere de múltiples etapas que consideran las aleaciones con cerámicos, poliméricos y metálicos.De manera general, implica la clasificación, separación de materiales y disposición final. La separación puede ser de tres tipos dependiendo la fracción que se desee obtener: magnética (metales ferrosos), electrostática (metales no ferrosos) y/o gravimétrica (material plástico).



Al comparar el contenido de oro en una tonelada de tierra en una mina, con el contenido de oro presente en una tonelada de desechos electrónicos (5-10 g frente a 100 g, respectivamente), veríamos que, paradójicamente, los últimos poseen depósitos más ricos que los yacimientos explotados en las minas, que en ocasiones pueden ser de cuarenta a cincuenta veces más grandes.

Por ejemplo, el reciclaje de acero (aleación de hierro y carbón con bajo porcentaje de manganeso, sílice, fósforo, azufre y oxígeno) representa una disminución del 74% de uso de energía, 40% de consumo de agua, 76% de contaminación acuática y 97% en la generación de residuos. El del cobre es posible casi en un 100%, con muy poco o ningún desecho e implica un ahorro del 85% en relación con su producción primaria. Respecto al aluminio, mientras 1 kg producido por reciclaje utiliza sólo 10% de la energía requerida para su producción primaria, evita que se genere más de 1 kg de residuos de bauxita y 2 kg de emisiones de dióxido de carbono (CO2).

Al año, la extracción mundial de oro está destinada a la joyería en un 48.26%, a la inversión financiera en un 40.35% y solo un bajo porcentaje al uso tecnológico con el 11.39%; aún con estas ventajas, presenta ciertas características negativas: su producción es en cantidades pequeñas, y al ser extraído, produce graves alteraciones ambientales al ser el metal que produce mayor emisión de CO2 además de generar aguas residuales, dióxido de azufre (SO2) y poseer un elevado consumo de energía.

Así, los beneficios de reciclar metales son muchos comparados con la minería; hablando en términos de uso de tierra disminuye el consumo de energía, la emisión de sustancias peligrosas y la generación de residuos y de emisiones de CO2 (principal gas de efecto invernadero).

De acuerdo con el reporte presentado en marzo de 2012 por Greenpeace sobre minería y basura electrónica en Argentina; considerando solamente el oro, la plata y el cobre presentes en un celular y tomando en cuenta que en 2011 este país desechó 10 millones de celulares, estimó que 228 kg de oro, 1750 kg de plata y 81 t de cobre se desecharon. Esto representa un total de $14,981,680 dólares que pudieron ser rescatados de contar con la tecnología necesaria.

En México, un grupo de estudiantes de la Universidad Juárez del Estado de Durango diseñó el “e-Waste Recycling Center”, planta encargada de clasificar, separar, procesar y reintegrar los celulares como materia prima para la manufactura de nuevos productos. Según ellos, a través de técnicas adecuadas de tratamiento de los desechos de ocho mil computadoras podrían obtenerse diez toneladas de acero, siete de aluminio, tres de plomo y de cobre, y una de oro; así como una cantidad considerable de vidrio y plástico.

La Semarnat, en el campo de la investigación ambiental a través del Instituto Nacional de Ecología (INE), elaboró a finales de 2006 un diagnóstico básico sobre generación de basura electrónica que permitió estimar una generación anual de 150 mil a 180 mil toneladas potenciales de residuos electrónicos en México, con una generación per cápita de 1.5 a 1.8 kg. Sin embargo, únicamente uno de cada diez kilos de estos desechos se recicla, y según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la mayor parte de los municipios del país no cuenta con la infraestructura para tratar este tipo de basura.

Tomando en cuenta el desecho tecnológico anual de los mexicanos (que oscila en 300 mil toneladas de aparatos tecnológicos con un ritmo de crecimiento del 6% anual) y las estimaciones de metales que éste puede contener, el aprovechamiento del oro de la basura tecnológica en México podría representar una recuperación de entre $823 millones y $1,646 millones de pesos.


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